
Vocaciones tempranas: los que desde niños eligen el arte
¿Cómo surgió en algunos artistas la certeza de que el arte era lo suyo? La Nación consultó a Marta Minujín, Leandro Erlich, Eduardo Basualdo, Delia Cancela, Marcia Schvartz, Nicola Costantino...
¿Cómo surgió en algunos artistas la certeza de que el arte era lo suyo? La Nación consultó a Marta Minujín, Leandro Erlich, Eduardo Basualdo, Delia Cancela, Marcia Schvartz, Nicola Costantino, Karina El Azem y Silvia Gurfein cómo fue ese momento que marcó sus vidas para siempre. Cuándo se dieron cuenta de que el arte era lo suyo, cómo siguieron su deseo y cuáles fueron los principales desafíos que tuvieron que enfrentar.
Apenas estaba en primer grado inferior, Marta Minujín se sintió deslumbrada por el arte en todas sus formas: dibujaba todo el día, hacía esculturas con panes de manteca y pedazos de queso de rayar. A los 6 años amasaba pequeñas figuras en pan. “Nací con eso, y luché contra viento y marea contra mi familia que me quería mandar al Liceo”, recuerda en diálogo con La Nación, una de las más importantes artistas contemporáneas que este año presentará en las inmediaciones del Centro Cultural Kirchner su Partenón de libros prohibidos, idéntico al que construyó en 1983, y que reversionó en la Documenta de Kassel, en 2017. Y en marzo, el registro de su obra Simultaneidad en simultaneidad integrará la muestra Señales: cómo el video transformó el mundo, en el MoMA. Además, tendrá dos grandes exhibiciones individuales en la Pinacoteca de San Pablo y en el Museo Judío de Nueva York, y en 2024 La Menesunda se exhibirá en Dinamarca, Bélgica y Gran Bretaña. En El Dorado en Proa, por estos días el público puede recrear su histórica performance El pago de la deuda externa de Marta Minujín a Andy Warhol con choclos, “el oro latinoamericano”, realizada en Nueva York, en 1985.
“Nací con eso, y luché contra viento y marea contra mi familia que me quería mandar al Liceo”, cuenta Marta Minujín
Minujín tenía apenas 12 años cuando tuvo la certeza de que tenía que abrirse camino en el arte. Contra la voluntad de sus padres, se escapó directo a la Escuela de Bellas Artes a rendir examen. “Mi hermano estaba enfermo de leucemia y mis padres estaban totalmente dedicados a él. No sabían lo que yo hacía, no les importaba. Todos en mi familia decían que estaba loca”, recuerda la artista en Tres inviernos en París. Diarios íntimos (1961 - 1964).
Como lo sigue haciendo hoy, Minujín no desperdició un segundo: hizo la Escuela Manuel Belgrano y simultáneamente cursó en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón y en la Cárcova, mientras iba como oyente de las carreras de Filosofía y Letras y Arquitectura. Tras conocer a Alberto Greco y comenzar su etapa informalista, ganó una beca para viajar a París, pero como era menor de edad no podía viajar sola. A ritmo vertiginoso se casó (consignando una fecha de nacimiento apócrifa) con Bebe, quien sería su pareja de toda su vida. De este modo se emancipó de sus padres e hizo pie en París, donde comenzó su imbatible carrera.
Como Minujín, también Delia Cancela supo ya de niña, cuando iba a la primaria, que lo suyo era el arte, pero en su caso, sus padres apoyaron su vocación. Las maestras también lo percibieron: le dieron la tarea indeclinable de hacer los dibujos conmemorativos de fechas patrias y efemérides en los pizarrones de las aulas y de los patios cubiertos.
Creció en un ámbito de mucha libertad: sus padres la dejaron decidir qué quería hacer, no hubo condicionamientos. A los 12 años entro en la Escuela de Arte Manuel Belgrano, y luego a la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde conoció a Pablo Mesejean y conformaron la pareja pionera pop en el ámbito local. Se casaron en 1965 y desde ese momento hasta fines de los años setenta crearon juntos. Escribieron el manifiesto Nosotros amamos. Participaron en el Centro de Experimentación Audiovisual del Instituto Torcuato Di Tella, donde lanzaron el desfile Ropa con riesgo. “El artista se hace con el tiempo: en ese momento, al principio, yo no me atrevía a usar la palabra arte, artista”, recuerda Cancela, que publicó este año su libro Nosotras cautivas, y cuya obra se exhibe en la muestra Stoppani-Cancela. De pianos y astronautas, en la Torre Macro.
También El Azem, que actualmente presenta Ceremoniales iconográficos en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba y que este año participará en Bienalsur, tuvo certeza desde muy chica de que lo suyo era el arte. Tras ir a talleres de pintura en la infancia, estudió en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón.
“En los noventas cuando empecé a producir obras había pocas mujeres en la escena. Y en los profesores de Bellas Artes estaba la idea de que las mujeres se casaban y abandonaban: había un gran prejuicio hacia la idea de una mujer siendo artista”, recuerda El Azem
Si bien desde sus inicios tuvo el apoyo familiar, en el ámbito institucional tuvo que hacerle frente a algunas situaciones. “En los noventas cuando empecé a producir obras había pocas mujeres en la escena. Y en los profesores de Bellas Artes estaba la idea de que las mujeres se casaban y abandonaban: había un gran prejuicio hacia la idea de una mujer siendo artista”, recuerda El Azem, cuyo libro Superficie Infinita, que reúne textos e imágenes de 30 años de su producción se publicará este año. Y añade: “Pablo Suárez, que era nuestro tutor en el taller de Barracas solía decirnos que la única pintora argentina era Marcia (Nota: por Marcia Schvartz) porque pinta como un varón: esa era una de sus grandes provocaciones y sarcasmos con los que él se divertía muchísimo”.
La niña Marcia Schvartz adoraba dibujar: robaba los papeles de la máquina de escribir que su madre, historiadora, usaba para su trabajo. Sus padres la enviaron a talleres de pintura. “Dibujaba, dibujaba sin parar”, recuerda la artista cuya obra integra las colecciones del Malba, la Tate Modern de Londres y el Museo Reina Sofía de Madrid, entre otros.
“Durante la primaria me cambiaron cuatro veces de escuela, francamente no me interesaba. Y en la secundaria tuve muchos problemas de conducta. Finalmente entré a Bellas Artes y ahí todo me interesó: era lo que yo quería”, dice la artista, cuya exhibición Caraguatá y Esperita se puede ver en el Museo de Arte Tigre.
La niña Marcia Schvartz adoraba dibujar: robaba los papeles de la máquina de escribir que su madre, historiadora, usaba para su trabajo.
No fue tarea sencilla para Costantino, artista que representó a la Argentina en la Bienal de Venecia hace una década con una videoinstalación en la que personificó a Eva Perón. La niña Nicola tuvo la certeza de que quería dedicarse al arte cuando era chica y su padre llegó a casa con un fascículo de la Pinacoteca de los Genios dedicado a Antonio Berni. Durante días quedó en “estado catatónico” frente a la reproducción de La Mujer del sweter rojo, de la cual la artista hizo su propia versión tomando el lugar de protagonista. Nunca había ido a un museo pero aquel encuentro con la pintura de Berni la conectó sin ambages con el arte. Anhelaba ir a un taller para dar sus primeros pasos, pero sus padres nunca la mandaron.
De chica cosía ropa para sus hermanos, y ya cuando cursaba la escuela secundaria comenzó a ayudar a su madre en su taller de ropa. “Creaba modelos increíbles, complicadísimos: yo era su mano derecha en la boutique y en la fábrica de ropa”, recuerda la artista de aquellos años en los que ya quería dedicarse al arte pero su familia no la apoyaba, sino que trataba de alejarla de su deseo.
“Fue un drama que mi mamá aceptara que no iba a seguir trabajando con ella, que me dedicaría al arte. Aún hoy no lo acepta: cuando fui a la Bienal de Venecia le mostré el vestido que hice, que es una réplica del que hizo Dior para Eva, con una falda de 70 metros de tul, y ella se lamentó por las cosas que hubiéramos podido hacer si seguía en su fábrica”, recuerda Costantino de su madre, quien nunca fue a una exposición suya. Actualmente, la artista presenta en Fundación Santander PaRDeS: el jardín del tiempo suspendido, con deslumbrantes flores de cerámica, hechas con la técnica milenaria japonesa neriage nerikomi. Encarnan el memento mori (“recuerda que morirás”), el cuerpo y su degradación, lo vivo que se corrompe inexorablemente.
“Vos no te podés proponer tener éxito en algo porque no depende exclusivamente de vos, sino también de las circunstancias –dice la artista—. Cuando empecé a tener reconocimiento, me sentí más aliviada y sentí que valió la pena haberle roto el corazón a mi mamá, dejándola por algo en lo que por suerte me pude realizar. Podría no haber sucedido”.
El empleo del tiempoSilvia Gurfein, cuya muestra Un cuerpo extraño en el ojo, donde trabaja con resquicios de oleos acumulados por años en paletas, que operan como materia simbólicamente potente y que se puede ver por estos días en Nora Fisch, ya estaba exponiendo en galerías y metida en el mundo del arte local cuando experimentó en su propio cuerpo la necesidad de apostar todo en el arte. Cuando debía abandonar su taller para ir a su trabajo como secretaria en una importante galería sentía una fuerte angustia: no podía dejar de llorar por no poder dedicarse tiempo completo a su pasión. Esa situación fue un quiebre en su vida: “Dije: voy a hacer todo lo que sea necesario para dedicarle toda mi energía a esto”. Al tiempo, dejó su trabajo en la galería para pintar. Y salió airosa.
Eduardo Basualdo reconoce que en su caso el arte fue consecuencia de la praxis concreta. Primero pensó en ser ilustrador, se anotó en la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde se topó con un universo nuevo y apasionante. “Mi estrategia fue el máximo esfuerzo con la mínima expectativa. Siempre le tuve mucha desconfianza al arte. Recién después de muchos años de trabajar en esto y de que me vaya bien, pude decir me voy a dedicar a esto. Siempre me pareció un camino demasiado imposible y arriesgado”, dice el artista, uno de los de mayor proyección internacional, que participó de la quinta edición de la Beca Kuitca, en la Universidad Torcuato Di Tella, y cuya imponente instalación Pupila, puede verse en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Allí nos sumerge en un magma espeluznante y al tiempo de belleza clásica: modeló —y creo al tiempo una técnica contemporánea exquisita— con aluminio sobre modelos vivos. Se propuso bucear por los espacios mentales que nos habitan.
“Siempre relacioné el arte con el trabajo. Tengo un patrón materialista, no es tanto la pasión, sino a qué querés dedicar las horas que tenés en esta vida”, señala el artista, que este año publicará su libro Ensayo de escape, que recorre toda su producción con textos de su autoría.
En el caso de Leandro Erlich, artista consagrado internacionalmente, la elección fue clara: cuando tenía que decidir qué carrera seguir se propuso “no tomar un camino aproximado para evitar la incertidumbre del futuro”. “No quería pensar en hacer una carrera que ofreciera algún tipo de pseudogarantías de salida laboral, como la arquitectura, el diseño gráfico, el diseño industrial, carreras que tienen un alto contenido artístico pero que no son en sí arte”, dice el artista, artífice de obras que tienen la singular capacidad de modificar el campo perceptivo del espectador hasta llevarlo a una escena inexplicable. Por estos días presenta en el Palazzo Reale de Milán su mega muestra Más allá del umbral.
No dilatar el deseo ni el empleo del tiempo fue un aspecto clave a la hora de elegir. Cursó unos meses en la Escuela de Bellas Artes y luego comenzó a armar su propia currícula: cursó durante dos años en Filosofía y Letras. Luego obtuvo una beca de la Fundación Antorchas para participar del Taller de Barracas, dirigido por Pablo Suárez y Luis Benedit. Más tarde, la beca Core Programm con la que viajó a Houston.
“Recuerdo tener la convicción de querer asumir ese riesgo por adelantado y no esperar 6 años o 5 años para encontrarme con ese abismo y con esa incertidumbre –dice el artista—. Asumir que esa incertidumbre iba a ser algo con lo que había que lidiar y que cuanto antes se le hiciera frente, potencialmente mejor. En el arte, asumir la incertidumbre es algo importante”.